27.1.08

días













lunes.
consigo aburrir a los alumnos con una clase sobre la evolución de las especies. la fascinación de la historia de la vida no moviliza el espíritu adolescente.

martes.
una de la madrugada: desperté y el monstruo seguía allí, cita mi acompañante nocturna desde la cumbre del monte iluminado por la luna. fascinadas, contemplamos el océano de luces que repta, majestuoso, amenazador y colosal, cientos de metros más abajo, perdiéndose en el horizonte sobre la llanura. entre las luces no es perceptible el movimiento de los millones de almas que lo habitan. mar interior del otro lado de las montañas.
cinco de la tarde: abro una ventana. mi red de arrastre recoge besos virtuales, bromas y risas, un cielo, palabras de mar, y un mar de palabras arrojadas al torrente de impulsos eléctricos.
diez de la noche: alguien se desploma imperceptiblemente sobre el teclado de un ordenador. despedida fugaz y silenciosa de la vida.

miércoles.
decido emplear métodos de choque: sustituyo el peligro de las travesías y la paciente observación, a menudo próxima al misticismo, del naturalista del siglo XIX por laboratorios farmacéuticos, experimentos con inexistentes arañas gigantes y mutaciones de organismos tropicales capaces de alterar el ritmo de vida del planeta. diana. cuestión de marketing.
jueves.
segunda sesión de yoga. mente vacía. consciencia del cuerpo.
y la música

19.1.08

identidad(es) [en tripletes de ADN]







[painted hills. oregon. 2006]
me gusta(n)

A el vuelo de las tortugas
U el ritmo de las aves
G el mar por dentro

C los trilobites y las diatomeas
G el musgo y las secuoyas
C los dragones y las salamanquesas

U el murmullo de la nieve
G el vaivén de las palabras
A el silencio de los peces
áfrica

9.1.08

terapia







¿qué pasa si juntas un huevo y aceite?.
podía haber preguntando si el huevo pertenecía a un ave, un pez, una mariposa o un dinosaurio. o por el estado y la temperatura del aceite. podía haber imaginado una enorme y tibia extensión de aceite con decenas de huevos de avestruz meciéndose suavemente en el interior del líquido viscoso. pero en aquel momento no se me ocurrió, así que respondí sencillamente: un huevo frito.
debía ser la respuesta correcta porque aquel mismo día me dieron el alta.

5.1.08

magia potagia












las tres reinas magas

la navidad comenzaba el día en que mamá pegaba las siluetas de cartulina del nacimiento en las paredes del salón. aquellas negras siluetas que me recordaban invariablemente las historias de jornaleros y aceitunas del pueblo. de un pueblo de antes de las historias de guerra, que no escuchamos hasta mucho después del día en que mamá nos obligó a los tres a permanecer durante horas sentados sobre la alfombra del salón, ante las imágenes del televisor, observando sin comprender el entierro del dictador y la coronación del monarca.

el mismo día en que aparecían las cartulinas, papa hacía descender del maletero numerosas cajas de cartón. y entonces bolas de cristal y guirnaldas se abrían hueco entre las paredes, ventanas y lámparas; en una esquina de la habitación se estiraba el árbol de colores – a mi familia, tan campera, nunca le dio por traer un árbol natural a casa-, y sobre una pequeña mesa se iban levantando, cada año más numerosos, pastores, lavanderas, rebaños, casas, romanos y camellos. en las ventanas parpadeaban cada noche, incansables, los rojos, verdes, azules y amarillos de las pequeñas luces.

cada nochebuena, sin papa noel, y tras el invariable plato de “carne cosida” que la abuela tardaba en preparar al menos dos días y cuyo punto culminante era el momento en el que todas, como hipnotizadas, mirábamos entrar y salir la aguja de lana de aquel pedazo de carne – sólo un año se decidió variar el menú recibiendo las airadas protestas de la familia al completo-, empezaban los villancicos al compás de la botella de anís, la zambomba, las palmas y las panderetas.

años más tarde serían aquellos villancicos los últimos que hicieron cantar y bailar al abuelo a los setenta y muchos años, totalmente perdida ya, después de más de diez años, la batalla con el alzehimer. y fueron también los únicos que hacían ya reír a la abuela, casi al final de sus días, de pie y aferrada tenazmente a su bastón después de meses en cama tras la cuarta fractura de columna, avanzando a pequeños y pesados pasos contra todos los pronosticos que predecían, ya después de la segunda fractura, que nunca volvería a caminar.

fin de año traía otro alboroto, el del pequeño cohete de cartón que papá hacia subir unos metros por los aires para recibir el nuevo año, y que tras una pequeña explosión desparramaba diminutos cachivaches de plástico, serpentinas y confeti por toda la sala.

pero la magia, la verdadera magia potagia de las fiestas llegaba con la noche de reyes. cada año esperábamos ansiosos el momento de lanzar la carta al buzón y el el 5 de enero al atardecer nos acercábamos caminando hasta el retiro para ver pasar a lo lejos la cabalgata. ya de noche, tras dejar bien repleto el barreño de agua que saciaría la sed del largo viaje de los camellos y preparar los polvorones, el turrón y el anís para los reyes –siempre los sospeché un poco borrachines, porque ¿si en cada casa se tomaban la copita de anís que les dejaban, cómo aguantaban sobrios hasta la madrugada?- empezaban los cuchicheos y las risas en la cama, el esfuerzo por coger un sueño que no llegaba y las frecuentes excursiones al salón a medianoche en pijama. la única noche en la que no era posible ningún miedo a la oscuridad.

el sueño acababa de algún modo llegando y más tarde las primeras luces de la mañana terminaban por iluminar barreño, copas y bandejas vacías, haciendo brillar los primorosos paquetitos de alegres envoltorios con sus notas en las que aparecían, al fin, nuestros nombres escritos junto a la dedicatoria y rúbrica de alguno de los magos.

la noche del 5 de diciembre sigue siendo hoy, a mis más de cuarenta años, la más mágica entre las mágicas del año. feliz noche de reyes.