30.11.06

defensa-dehesa

tal vez fuera necesaria la sagacidad de uno de esos sabios conocedores de las más sutiles diferencias entre las hierbas que dan vida a los pastos o la capacidad de adquirir el tamaño de un insecto de aquel curioso naturalista de nuestras tardes de adolescencia para caminar entre los prados de la dehesa en primavera con la emoción con la que se recorren kilómetros de selva. porque en las dehesas, dicen los ojos que saben ver, las voces que cuentan, son tales los matices de la alfombra vegetal que su número sólo es comparable con el de la selva.

tal vez, sólo tal vez. porque mientras una no acaba de acostumbrarse a ver caer el otoño a través de una ventana, a perseguir al lobo, al águila o a la nutria, en latín y letras cursivas, a través de espesas montañas de papel en los que se define, se describe, se recoge, se ordena, se clasifican los montes, la tierra, la gente misma; mientras una no acaba de acostumbrarse a navegar esquivando escolleras de números en busca de algún rastro de esa piedra filosofal que nos permitiera acaso retomar el camino hacia la armonía con la naturaleza... mientras no te acostumbras a todo eso aún puedes regresar, una vez más, a la generosidad de la dehesa: a la compañía de los fresnos centenarios, gigantes mutilados resistiendo tenaces el acoso de las grúas, a la luz de los narcisos sobre el brillo del verde un atardecer, a las voces del agua tras las primeras lluvias, al esfuerzo y la risa cosechando los leños para alimentar la lumbre y dejar paso al ganado, al viento en el rostro y las melodías entonadas al sol mientras recorres la dehesa a ritmo de remolque. porque cuando una no acaba de entender el mundo, pocas cosas hay mejores que cantarle a la vida.

dehesa (del lat. defensa, defendida, acotada)













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